En este PuebloNoMeOlvides, se van cruzando los recuerdos, los afectos, se van multiplicando los abrazos, las emociones, las ternuras y las sonrisas... Hace poquito de nada en este espacio de caricias, subimos el reclamo de Silvio Sember por su hermano Guyo.... e intercambiando palabras y lazos del corazón... aquí nuestro pequeño y conjunto homenaje a Mario Gershanik
Querida amiga:
La última noticia que enviás me volvió a conmover, aunque hace cuatro días que estoy enterado. Pero otra vez se me vuelve a mover todo. Mario Gershanik era el neonatólogo que estuvo presente en el parto de mi mujer, y fue luego el pediatra de mi hijo, hasta el día que lo asesinaron. Si supieras qué tipo más dulce y tierno, qué capacidad tenía para calmar a un bebé muy pequeño llorando cuando lo exploraban...
Gracias por publicar que fueron identificados sus asesinos. La noticia me produce un extraño sentimiento de alegría: me alegro que los hallan pillado, y espero que acaben con sus huesos en la cárcel, aunque nunca puedan devolvernos a Mario ni jamás reparar el daño que nos han hecho.
Un abrazo fuerte-fuerte.
Lito Sember
MARIO GERSHANIK FUE ASESINADO EN LA PLATA POR LA TRIPLE A Y LA CNU
Zona liberada para matar a un médico
________________________________________
Mario Gershanik fue asesinado en La Plata, la madrugada del 10 de abril de 1975, por un comando conjunto de la Triple A y la CNU.
Primero son unos golpes en el portón, insistentes, violentos. Recién después se escucha un grito que es una orden: “¡Policía Federal, abran!”. El doctor Mario Alberto Gershanik está despierto, apenas comienza el 10 de abril de 1975. Son las 0.30 y hace menos de media hora que llegó a la casa, en la calle 50 N° 391, entre 2 y 3, de La Plata, después de asistir a un parto en el Instituto Médico Platense. Gershanik no necesita pensar para decidir que no va a abrirles la puerta. Piensa otras cosas, rápido. Se refugia con su mujer, Graciela, y su hijo Pablo, de menos de un año, en uno de los dormitorios de la casa y disca febrilmente un número de teléfono que sabe de memoria: la guardia del Hospital de Niños. Cuando lo atienden se identifica y dice:
–¡Me quieren secuestrar, manden una ambulancia!
Dice también que no está en su casa, sino en la de sus padres. Piensa que si la ambulancia llega a tiempo, tal vez los secuestradores se vayan. Intuye que no, que la puerta no puede resistir tanto.
Ya nadie grita “¡Policía”! desde la calle y los puñetazos en el portón han sido reemplazados por los golpes de un hacha. La situación –si no fuera producto del terrorismo de Estado de Isabel, López Rega y Calabró– resultaría insólita: el Departamento Central de la Policía de la Provincia de Buenos Aires está apenas a una cuadra.
En el dormitorio, Gershanik abraza a su mujer y espera. Desde el Hospital de Niños Sor María Ludovica, en 14 entre 65 y 66, sale una ambulancia que no llegará a tiempo.
Punto de reunión.
La patota se había reunido un rato antes en la esquina de 51 y 2, frente al Departamento Central. Son alrededor de 15 hombres. El último en llegar a la cita es el Torino rojo que conduce Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio. Es un auto nuevo, impecable, con una rareza que uno de los integrantes de la banda recordará 36 años después: en lugar de la típica palanca al piso, tiene los cambios en el volante. Hay dos autos más: otro Torino, de color oscuro, y un Ford Falcon.
El jefe espera a Castillo.
La de esa noche no será una operación exclusiva de la Concentración Nacional Universitaria. La patota del Indio actuará junto con un grupo de tareas de la Triple A al mando de Aníbal Gordon (a) El Viejo. Algunos de los asesinos de la CNU ni siquiera saben a quién van a matar.
El Viejo está impaciente.
La banda de la Triple A intentó encontrar al médico más temprano, pero fracasó dos veces en el intento. Primero, fueron a la casa de Gershanik de 10 y 57, pero no había nadie; después, a la de su hermana, Alicia, en 6 entre 50 y 51, a escasos cincuenta metros de la Casa de Gobierno provincial. La encontraron vacía: desde hacía meses, Alicia y su marido vivían en México.
Cuando el Torino rojo estaciona en la esquina de 2 y 51, Gordon reúne a los hombres y da órdenes precisas. Ya sabe que Gershanik está en la casa de sus padres –que viajaron a Europa–, donde también tiene su consultorio. El lugar queda a cien metros. Ahí nomás, a un paso del Departamento Central de Policía.
Hasta ahora, la investigación de Miradas al Sur identificó, por sus nombres y/o sus apodos, a ocho de los integrantes del grupo de tareas que va a secuestrar a Gershanik. Además de Gordon y Castillo, desde la esquina del Departamento de Policía parten Ricardo Wolf (a) Richi, Gastón Ponce Varela, Jorge Hugo Dubchak (a) El Polaco –custodio de Lorenzo Miguel–, otro matón sindical apodado El Mudo, El Sordo Arana, y el acompañante de Castillo en el Torino rojo, un individuo llamado Gustavo, sobrino de un ex juez a quien sus colegas en los tribunales bonaerenses llamaban El Chino.
A todos ellos, Gordon les da una orden en tono seco:
–¡Vamos!
Testigos. A las 0.30, los tres autos llegan a la casa del médico, en la calle 50 N° 391. El Torino rojo se detiene frente a la puerta y de él bajan cinco hombres. Cuatro se dirigen hacia el portón mientras el quinto se queda parapetado contra el baúl del auto, empuñando una ametralladora. El otro Torino estaciona a mitad de cuadra: un hombre queda al volante, mientras otros dos se bajan y se paran, también portando armas largas, en el medio de la calzada mirando en dirección a la calle 2. El Ford Falcon se detiene en la esquina de 3 y 50, cortando el paso. Queda con las puertas abiertas mientras dos o tres hombres –su número varía según las fuentes– vigilan la calle 3 hacia el norte y hacia el sur.
En la casa de la calle 50 N° 389, el estudiante peruano Andrés Caceda escucha gritos y golpes en la calle y sale a ver qué pasa. Cuando abre la puerta ve a un grupo de hombres que intenta romper el portón de la casa de Gershanik. No tiene oportunidad de ver más. El tipo que está contra el auto lo apunta con la ametralladora y le grita:
–¡Policía, métase adentro!
La última noticia que enviás me volvió a conmover, aunque hace cuatro días que estoy enterado. Pero otra vez se me vuelve a mover todo. Mario Gershanik era el neonatólogo que estuvo presente en el parto de mi mujer, y fue luego el pediatra de mi hijo, hasta el día que lo asesinaron. Si supieras qué tipo más dulce y tierno, qué capacidad tenía para calmar a un bebé muy pequeño llorando cuando lo exploraban...
Gracias por publicar que fueron identificados sus asesinos. La noticia me produce un extraño sentimiento de alegría: me alegro que los hallan pillado, y espero que acaben con sus huesos en la cárcel, aunque nunca puedan devolvernos a Mario ni jamás reparar el daño que nos han hecho.
Un abrazo fuerte-fuerte.
Lito Sember
MARIO GERSHANIK FUE ASESINADO EN LA PLATA POR LA TRIPLE A Y LA CNU
Zona liberada para matar a un médico
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Mario Gershanik fue asesinado en La Plata, la madrugada del 10 de abril de 1975, por un comando conjunto de la Triple A y la CNU.
Primero son unos golpes en el portón, insistentes, violentos. Recién después se escucha un grito que es una orden: “¡Policía Federal, abran!”. El doctor Mario Alberto Gershanik está despierto, apenas comienza el 10 de abril de 1975. Son las 0.30 y hace menos de media hora que llegó a la casa, en la calle 50 N° 391, entre 2 y 3, de La Plata, después de asistir a un parto en el Instituto Médico Platense. Gershanik no necesita pensar para decidir que no va a abrirles la puerta. Piensa otras cosas, rápido. Se refugia con su mujer, Graciela, y su hijo Pablo, de menos de un año, en uno de los dormitorios de la casa y disca febrilmente un número de teléfono que sabe de memoria: la guardia del Hospital de Niños. Cuando lo atienden se identifica y dice:
–¡Me quieren secuestrar, manden una ambulancia!
Dice también que no está en su casa, sino en la de sus padres. Piensa que si la ambulancia llega a tiempo, tal vez los secuestradores se vayan. Intuye que no, que la puerta no puede resistir tanto.
Ya nadie grita “¡Policía”! desde la calle y los puñetazos en el portón han sido reemplazados por los golpes de un hacha. La situación –si no fuera producto del terrorismo de Estado de Isabel, López Rega y Calabró– resultaría insólita: el Departamento Central de la Policía de la Provincia de Buenos Aires está apenas a una cuadra.
En el dormitorio, Gershanik abraza a su mujer y espera. Desde el Hospital de Niños Sor María Ludovica, en 14 entre 65 y 66, sale una ambulancia que no llegará a tiempo.
Punto de reunión.
La patota se había reunido un rato antes en la esquina de 51 y 2, frente al Departamento Central. Son alrededor de 15 hombres. El último en llegar a la cita es el Torino rojo que conduce Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio. Es un auto nuevo, impecable, con una rareza que uno de los integrantes de la banda recordará 36 años después: en lugar de la típica palanca al piso, tiene los cambios en el volante. Hay dos autos más: otro Torino, de color oscuro, y un Ford Falcon.
El jefe espera a Castillo.
La de esa noche no será una operación exclusiva de la Concentración Nacional Universitaria. La patota del Indio actuará junto con un grupo de tareas de la Triple A al mando de Aníbal Gordon (a) El Viejo. Algunos de los asesinos de la CNU ni siquiera saben a quién van a matar.
El Viejo está impaciente.
La banda de la Triple A intentó encontrar al médico más temprano, pero fracasó dos veces en el intento. Primero, fueron a la casa de Gershanik de 10 y 57, pero no había nadie; después, a la de su hermana, Alicia, en 6 entre 50 y 51, a escasos cincuenta metros de la Casa de Gobierno provincial. La encontraron vacía: desde hacía meses, Alicia y su marido vivían en México.
Cuando el Torino rojo estaciona en la esquina de 2 y 51, Gordon reúne a los hombres y da órdenes precisas. Ya sabe que Gershanik está en la casa de sus padres –que viajaron a Europa–, donde también tiene su consultorio. El lugar queda a cien metros. Ahí nomás, a un paso del Departamento Central de Policía.
Hasta ahora, la investigación de Miradas al Sur identificó, por sus nombres y/o sus apodos, a ocho de los integrantes del grupo de tareas que va a secuestrar a Gershanik. Además de Gordon y Castillo, desde la esquina del Departamento de Policía parten Ricardo Wolf (a) Richi, Gastón Ponce Varela, Jorge Hugo Dubchak (a) El Polaco –custodio de Lorenzo Miguel–, otro matón sindical apodado El Mudo, El Sordo Arana, y el acompañante de Castillo en el Torino rojo, un individuo llamado Gustavo, sobrino de un ex juez a quien sus colegas en los tribunales bonaerenses llamaban El Chino.
A todos ellos, Gordon les da una orden en tono seco:
–¡Vamos!
Testigos. A las 0.30, los tres autos llegan a la casa del médico, en la calle 50 N° 391. El Torino rojo se detiene frente a la puerta y de él bajan cinco hombres. Cuatro se dirigen hacia el portón mientras el quinto se queda parapetado contra el baúl del auto, empuñando una ametralladora. El otro Torino estaciona a mitad de cuadra: un hombre queda al volante, mientras otros dos se bajan y se paran, también portando armas largas, en el medio de la calzada mirando en dirección a la calle 2. El Ford Falcon se detiene en la esquina de 3 y 50, cortando el paso. Queda con las puertas abiertas mientras dos o tres hombres –su número varía según las fuentes– vigilan la calle 3 hacia el norte y hacia el sur.
En la casa de la calle 50 N° 389, el estudiante peruano Andrés Caceda escucha gritos y golpes en la calle y sale a ver qué pasa. Cuando abre la puerta ve a un grupo de hombres que intenta romper el portón de la casa de Gershanik. No tiene oportunidad de ver más. El tipo que está contra el auto lo apunta con la ametralladora y le grita:
–¡Policía, métase adentro!
Minutos más tarde escuchará insultos y gritos provenientes del interior de la casa vecina. Después, a una mujer que grita con desesperación: “¡Por favor, déjenlo!”. Y finalmente una lluvia de balas.
Minutos después de las 0.30, un taxi que viene por la avenida 1 con cuatro personas a bordo dobla en la calle 50 en dirección a la calle 2. Lo conduce Raúl Tassi y con él viajan José Garrido, la hermana de éste y Pedro Galíndez. Los cuatro son estudiantes del turno noche en el Colegio Nacional de La Plata, ubicado en 1 y 49. Poco antes de llegar a la calle 2 ven que, en la otra cuadra, hay dos hombres parados en medio de la calle, con armas largas, y más lejos un grupo de tres o cuatro frente a una puerta. “Uno tenía un hacha con la que trataba de romperla”, relató Galíndez a Miradas al Sur 36 años después, ratificando su testimonio en sede judicial el 29 de diciembre de 2009. “Nos quedamos unos minutos mirando, no sé cuántos, hasta que nos dimos cuenta del peligro que corríamos y nos fuimos, doblando por la calle 2”, agregó.
En un departamento de la vereda de enfrente, otro estudiante se despierta sobresaltado. En un primer momento cree que lo vienen a buscar a él. Se viste con lo primero que encuentra y huye hacia la terraza. Desde allí observa todo lo que ocurre. Ve a los tres autos y a la patota desplegada en la calle. Ve a un hombre con un arma larga en la terraza de la casa lindera a la del médico. Ve a otros en los techos de las casas vecinas. Ve cómo, luego de romper el portón con el hacha, cuatro hombres entran a la casa. Ve que un policía de a pie se acerca por la calle 3, desde 51 hacia 50, y cómo uno de los hombres del Falcon le da una orden a los gritos, obligándolo a dar media vuelta y alejarse casi a la carrera. Escucha primero gritos y después tiros provenientes de la casa de Gershanik. Y finalmente ve al grupo de tareas subirse a los autos y alejarse por la calle 50 en dirección a la avenida 7, el Falcon adelante haciendo sonar una sirena y los dos Torino detrás.
En otra casa de la vereda de enfrente, un miembro del Servicio Penitenciario Provincial escucha el escándalo y, sin dudar, llama al Comando Radioeléctrico. Se identifica e informa lo que sucede. Del otro lado del teléfono le dicen que todo está bajo control. Minutos después escucha el sonido de una sirena que se aleja.
A cien metros de allí, en el Departamento Central de la Policía Bonaerense, nadie parece enterarse de la situación.
Secuestro fallido y asesinato. La patota demora más de cinco minutos en romper el portón con el hacha. Los cuatro hombres que entran son jóvenes, tienen entre 22 y 30 años. Los cuatro usan anteojos oscuros. Uno de ellos tiene una Itaka; los otros tres empuñan pistolas. Revisan la casa y le gritan al médico que les diga dónde tiene “los remedios pediátricos”. Da toda la impresión de que se refieren a otra cosa. Buscan armas, pero no hay.
Después de revolver la casa, el que parece el jefe del grupo le ordena al médico que vaya con ellos, que tiene que reconocer a una persona que está en el auto.
Mario Gershanik sabe que vienen a secuestrarlo y se resiste. Tiene 30 años, practica varios deportes, es fuerte. Ni entre tres pueden arrastrarlo. Lo golpean y lo patean, pero sigue resistiendo. Graciela, su mujer, trata de ayudarlo pero la empujan. Intentan arrastrarlo una vez más pero no pueden. Gershanik sigue resistiendo, a los golpes, como puede. “¡Judío de mierda, te vamos a matar!”, le gritan una y otra vez. “¡Por favor, déjenlo!”, ruega Graciela un segundo antes de que comiencen a disparar.
Y mientras tiran siguen gritando: “¡Judío de mierda, te vamos matar!”. Siguen gritando y ni siquiera se dan cuenta de que ya está muerto.
Horas más tarde, el informe que el jefe de Operaciones Policiales, comisario mayor Ignacio García, eleva a sus superiores detalla: “Llevada a cabo la autopsia en la morgue de esta Repartición, se extrajeron al cadáver nueve (9) proyectiles y dos (2) tapones de cartucho presumiblemente de escopeta automática, mientras que en el lugar del hecho se secuestraron catorce (14) vainas 11.25, 17 proyectiles 9 mm., algunos de los cuales se encontraban incrustados en el piso de madera donde cayera la víctima; asimismo, un cartucho intacto ‘Remington 12 C.A. Peters’”.
Al día siguiente, 36 años después. La violenta muerte de Mario Gershanik fue título de tapa en los diarios platenses. “Un grupo terrorista asesinó a un médico en esta ciudad”, encabezó El Día en su portada.
“Acribillaron a un médico de La Plata”, tituló el vespertino La Gaceta. El caso también fue noticia en varios medios nacionales. A pesar de la amplia cobertura, ninguno se preocupó por investigar cómo un operativo comando de esas características y duración –casi quince minutos– pudo ocurrir a una cuadra de la Jefatura de la Bonaerense sin que la Policía interviniera.
El matutino El Día fue más allá y terminó inventando una teoría para desestimar la posible existencia de una zona liberada por la Policía para que actuara la patota. “Este lugar (la casa de Gershanik), como se sabe, está a unos 150 metros de la jefatura de Policía, sede que está estrictamente vigilada, en especial en horas de la noche, y en torno a la cual efectúan continuas rondas vehículos patrulleros –escribió el anónimo cronista, para después tirar una hipótesis de inigualable bizarría–. Estas circunstancias deben haber sido perfectamente estudiadas por los extremistas que actuaron en el episodio, ya que pudieron darse a la fuga sin inconvenientes una vez perpetrado el asesinato.”
Como si esto fuera poco –y en una flagrante contradicción con su propia definición de lo ocurrido como un ataque “terrorista” o “extremista”–, tanto El Día como La Gaceta publicaron que a Gershanik “no se le conocía actividad política ni gremial”. Omitieron decir que el día anterior a su asesinato había tenido una destacada participación en una asamblea de trabajadores del Hospital del Turf, donde trabajaba, para debatir sobre las malas condiciones laborales. En esa reunión, había condenado expresamente las persecuciones que sufrían los trabajadores del hospital por parte de la burocracia sindical del hipódromo platense, alineada con el gobernador Victorio Calabró.
Los trabajadores del Hospital del Turf y del Sor María Ludovica resolvieron un paro total de actividades en repudio al asesinato del Gershanik. La Agremiación Médica Platense, por su parte, decretó una medida similar para todas las actividades médicas públicas y privadas en el área de La Plata.
Ese mismo día, después de leer el diario, un integrante de la patota de la CNU que no había participado de la acción le hizo una pregunta a Castillo:
–¡Qué quilombo se armó! Decime, Indio, ¿quién era ese tipo?
La respuesta de Castillo –que hoy puede parecer críptica pero que por entonces no necesitaba traducción– sonó como un latigazo:
–Ese judío de mierda era un “erpio”.
Para los jefes de Aníbal Gordon y El Indio Castillo, Mario Gershanik no sólo era un médico con actividad gremial antiburocrática, sino parte de un grupo de apoyo sanitario del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).
Después de treinta y siete años después, a pesar de las muchas denuncias realizadas tanto en el TOF 3 de La Plata, como en otras instancias, recién en junio de 2012, han sido detenidos los ejecutores del asesinato de Mario Gershanik
HOMENAJE.
“Una muerte injusta y monstruosa”
Mario Alberto Gershanik era un médico y un ciudadano querido y respetado en la comunidad platense. En 1995, a 20 años de su muerte, su amigo Jorge Rabassa –por entonces diputado provincial en Tierra del Fuego– le rindió homenaje en la Legislatura de Ushuahia. A continuación se reproduce parte de su discurso:
“Me voy a referir a un hecho que sucedió hace veinte años. El 10 de abril de 1975 fue asesinado el doctor Mario Gershanik en La Plata, en su casa, frente a su mujer y a su hijo de pocos meses de edad, por decenas de balas disparadas a quemarropa por un grupo de extremistas fanáticos que, aparentemente, se movilizaban en Torinos verdes, idénticos a los que por entonces utilizaba la Policía de la provincia de Buenos Aires.
’’Tenía sólo treinta años. Era la época de la tristemente célebre Triple A.
’’Mario Gershanik había nacido el 31 de agosto de 1944 en La Plata, en el seno de una prestigiosa familia judía de esa ciudad.
’’Brillante y recordado alumno del Colegio Nacional de la Universidad de La Plata, de donde egresó en 1963, continuó sus estudios de medicina en la misma Universidad, graduándose con notables calificaciones en 1968. Desde sus épocas de estudiante manifestó su interés por los problemas de nuestra sociedad y, en particular, de los niños, a los cuales dedicó intensa y abnegadamente sus mejores esfuerzos en plena juventud.
’’Fue médico residente en Pediatría del Hospital de Niños de La Plata; luego, Jefe de Residentes y Neonatólogo diplomado en ese mismo Hospital; integró destacados equipos médicos de obstetricia y neonatología de la actividad privada, descollando por su capacidad, dedicación y responsabilidad. Pero por sobre todas las cosas, tanto en el desempeño público como en el privado, Mario Gershanik fue el modelo del médico consustanciado con los esenciales principios éticos de su profesión y comprometido con las necesidades y el sufrimiento de los niños, en particular, de aquellos marginados por la sociedad.
’’Mario Gershanik era mi amigo, mi amigo del alma, mi amigo de siempre, de la adolescencia, el hermano mayor que no tuve y que contribuyó, quizá como sólo mi padre lo hizo, a forjar mi personalidad, mi espíritu y mi intelecto. En el deporte, en el cual él era un superdotado técnica y atléticamente, sonreía piadosamente ante mis torpezas. En la cultura y el arte, su opinión fundamentada y madura, desmentía sus jóvenes años. En la familia y en la vida, su palabra y su consejo fueron invalorables en momentos difíciles de duda y desasosiego. En su contacto cotidiano con la gente, desde siempre privilegió su identificación y compromiso con los que sufren, olvidados por todos.
La muerte inexplicada e inexplicable, injusta y monstruosa de Mario Gershanik golpeó duramente a todos los que disfrutábamos de su incomparable amistad. Nos golpeó en 1975 y nos golpea sin piedad en cada oportunidad en que el recuerdo de su mágica sonrisa vuelve ante nuestros ojos”.
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