“Que se vaya a La Rioja, allí no pasa nada” parece que pensaron los jerarcas de la Iglesia. Pero se equivocaron : Angelelli cambió la iglesia riojana y conmovió hasta la raíz la sociedad de la provincia. Atrajo a su pastoral a sacerdotes, monjas y laicos que buscaban el camino para sumarse a las luchas del pueblo desde su misma condición de religiosos y cristianos; apoyó todas las reivindicaciones populares; colaboró en la organización de trabajadores, campesinos, artistas e intelectuales, mujeres, jóvenes y viejos.
Y aunque no lo quería, sus actos lo convirtieron en un dirigente de masas, en el verdadero sucesor de lo caudillos populares de La Rioja del siglo pasado. Sin impostaciones ni afectaciones de ningún tipo. Angelelli no tenía vocación de dirigente. Era un hombre humilde hasta la exageración, piadoso e ingenuo aún cuando tenía una fortaleza moral y un rigor intelectual que pocas veces se conjugan en una persona del sector social que fuere. Concebía su papel en la sociedad como la que cumple la levadura en la masa. Y su pastoral, más allá de las diferencias políticas, ideológicas y filosóficas que se pudieran mantener con él, apuntaba directamente al corazón mismo de todos los problemas: hacer tangible, real, concreta, accesible, la justicia para fundar la paz.
Unos enanos lo asesinaron y contra su propósito, lo convirtieron en bandera de los pobres de La Rioja, de la Argentina, de América Latina toda.
(…)
A una década del crimen comprendemos recién que él, que tanto gozó la vida plena, aguardaba la muerte con singular templanza, con seguridad evangélica.
Su martirio se ha proyectado al mundo, ha unido a los pobres de América Latina, cristianos o no, para continuar la lucha por la liberación nacional y social. Esa liberación que se construye, como Angelelli repitió hasta el cansancio, “liberando todo el hombre y a todos los hombre de la explotación y la enajenación”.
Alipio Eduardo Paoletti (“Como los nazis, como en Vietnam”, agosto de 1986)
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