Bustos fue secuestrado el 30 de mayo de 1976 y asesinado en un enfrentamiento fraguado. Recibió al menos dos impactos de bala. Estaba enterrado en el cementerio de Avellaneda.
Por Ailín Bullentini
“La desaparición es un fantasma tan grande que no hay nada que quede por fuera de su marco; aparece todo el tiempo y encierra cualquier pregunta, cualquier interrogante, cualquier hipótesis.” La descripción pertenece a Emiliano Bustos, que la utiliza para definir aquello en lo que vivió y vive desde que tenía cuatro años. Todavía recuerda la noche en la que un grupo de tipos lo encerró junto a su mamá en la cocina de la casa familiar, en Parque Chacabuco, revolvió todo y se llevó a su papá, el poeta, periodista, antropólogo y profesor universitario Miguel Angel Bustos. Desde hace unos pocos días “el foco se cerró un poquito”, confiesa: fue cuando la Justicia confirmó el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, que identificó los restos de Miguel Angel, el militante desaparecido.
Hasta hace “algunos meses”, Emiliano sabía mucho de su padre y relativamente poco de lo que había sido de él tras su secuestro. Tiene recuerdos de aquel 30 de mayo de 1976, cuando cerca de las 20.30 una patota que se presentó como de la policía interrumpió por un rato la rutina del sexto B de Hortiguera 1521, en Parque Chacabuco, y cambió su vida para siempre. Se llevaron a Miguel Angel y, desde entonces, para Emiliano no hubo más historia que esa: siempre supo de la militancia de su papá en el frente cultural del Partido Revolucionario de los Trabajadores, por donde también pasaron el escritor Haroldo Conti y el cineasta Raymundo Gleyzer; de su ser poeta –publicó cinco libros de poesía–, de sus colaboraciones periodísticas en las revistas Siete Días y Panorama, los diarios La Opinión y El Cronista Comercial y, con más compromiso, en la publicación Nuevo Hombre, del PRT. Antropólogo, también docente universitario. Cuando creció, Emiliano dedicó muchos años a recopilar la obra poética y periodística de su papá, que en 2007 editó el Centro Cultural de la Cooperación. “Fue una manera de reconstruir lo que pude de él y también reconstruirme yo”, sostuvo.
Casi 40 años después, el EAAF le regaló varias piezas del rompecabezas. Su papá había sido asesinado en un enfrentamiento fraguado el 20 de junio de 1976, 20 días después de haber sido secuestrado. Su cuerpo fue “encontrado” junto al de otras diez personas en la Costa Sarandí, Avellaneda, provincia de Buenos Aires. “El parte del Ejército dice que fue en Lomas de Zamora, pero se confundieron de partido”, detalla Emiliano en referencia a los documentos que sobre el presunto enfrentamiento dejó constancia esa fuerza, una de sus prácticas habituales para eliminar militantes durante el terrorismo que desarrolló la última dictadura cívico militar. El comunicado fue reproducido por los diarios Clarín, La Nación y La Razón. El EAAF cruzó esa información con los registros del Cementerio de Avellaneda, que revisaron para chequear datos de los cuerpos, inhumados como NN, que habían encontrado en fosas individuales. El caso es particular: aquel cementerio fue uno de los principales espacios utilizados por los represores para “desaparecer” los cuerpos de militantes asesinados: allí hay 18 fosas comunes, además de estas 11 individuales –el EAAF las encontró a principios de 1990–. Los registros del cementerio respondieron: esos 11 cadáveres habían sido enterrados el 21 de junio del ’76.
Por aquellos días, la familia de Bustos recién comenzaba la búsqueda. “Yo lo esperé y lo esperé, siempre. Con el regreso de la democracia ya se supo más de lo que había sucedido con los desaparecidos, pero seguimos. La acompañaba a mi vieja a las marchas, Familiares era nuestro segundo hogar”, recordó Emiliano. Nunca supieron nada más. Aún hoy no se sabe en qué centro clandestino estuvo secuestrado. A partir de la identificación de su cuerpo, algunas conjeturas lo ubican en Vesubio. Dos de los cuerpos que aparecieron en las fosas individuales –casi todos fueron identificados– pertenecen a Hugo Mittón y Héctor Fabiani, ambos vistos en ese infierno de Esteban Echeverría, en el sur del conurbano. Fabiani, además, dirigía el frente cultural del PRT donde militaba Miguel Angel, y fue secuestrado con Conti, que también permaneció detenido allí.
“Es una reconfiguración de mi presente, pero también de mi pasado”, confesó Emiliano acerca del cimbronazo de la identificación, que lo sacudió en varios niveles. Además de dónde y cuándo, el EAAF –a quienes se expresó “absolutamente agradecido”– le contó cómo: “El individuo bajo estudio recibió al menos dos impactos de proyectil de arma de fuego que afectaron cráneo”, transcribe la resolución de la Cámara Federal –firmada por los camaristas Martín Irurzun, Eduardo Farah, Horacio Cattani y Eduardo Freiler– emitida el 20 de marzo de 2014, desde el informe del EAAF. La de la Justicia fue la palabra última que selló el 99,9 por ciento de coincidencia entre las muestras aportadas por Emiliano y el hermano menor del poeta a la institución investigadora y los restos de uno de los cuerpos encontrados en el Cementerio de Avellaneda. “Mientras leía el informe volvía a oler el aroma de mi viejo –destaca Emiliano, aún con asombro–. Leí ‘pelo entrecano’ y viajé inmediatamente a los brazos de él, a su cuerpo.”
Por Ailín Bullentini
“La desaparición es un fantasma tan grande que no hay nada que quede por fuera de su marco; aparece todo el tiempo y encierra cualquier pregunta, cualquier interrogante, cualquier hipótesis.” La descripción pertenece a Emiliano Bustos, que la utiliza para definir aquello en lo que vivió y vive desde que tenía cuatro años. Todavía recuerda la noche en la que un grupo de tipos lo encerró junto a su mamá en la cocina de la casa familiar, en Parque Chacabuco, revolvió todo y se llevó a su papá, el poeta, periodista, antropólogo y profesor universitario Miguel Angel Bustos. Desde hace unos pocos días “el foco se cerró un poquito”, confiesa: fue cuando la Justicia confirmó el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, que identificó los restos de Miguel Angel, el militante desaparecido.
Hasta hace “algunos meses”, Emiliano sabía mucho de su padre y relativamente poco de lo que había sido de él tras su secuestro. Tiene recuerdos de aquel 30 de mayo de 1976, cuando cerca de las 20.30 una patota que se presentó como de la policía interrumpió por un rato la rutina del sexto B de Hortiguera 1521, en Parque Chacabuco, y cambió su vida para siempre. Se llevaron a Miguel Angel y, desde entonces, para Emiliano no hubo más historia que esa: siempre supo de la militancia de su papá en el frente cultural del Partido Revolucionario de los Trabajadores, por donde también pasaron el escritor Haroldo Conti y el cineasta Raymundo Gleyzer; de su ser poeta –publicó cinco libros de poesía–, de sus colaboraciones periodísticas en las revistas Siete Días y Panorama, los diarios La Opinión y El Cronista Comercial y, con más compromiso, en la publicación Nuevo Hombre, del PRT. Antropólogo, también docente universitario. Cuando creció, Emiliano dedicó muchos años a recopilar la obra poética y periodística de su papá, que en 2007 editó el Centro Cultural de la Cooperación. “Fue una manera de reconstruir lo que pude de él y también reconstruirme yo”, sostuvo.
Casi 40 años después, el EAAF le regaló varias piezas del rompecabezas. Su papá había sido asesinado en un enfrentamiento fraguado el 20 de junio de 1976, 20 días después de haber sido secuestrado. Su cuerpo fue “encontrado” junto al de otras diez personas en la Costa Sarandí, Avellaneda, provincia de Buenos Aires. “El parte del Ejército dice que fue en Lomas de Zamora, pero se confundieron de partido”, detalla Emiliano en referencia a los documentos que sobre el presunto enfrentamiento dejó constancia esa fuerza, una de sus prácticas habituales para eliminar militantes durante el terrorismo que desarrolló la última dictadura cívico militar. El comunicado fue reproducido por los diarios Clarín, La Nación y La Razón. El EAAF cruzó esa información con los registros del Cementerio de Avellaneda, que revisaron para chequear datos de los cuerpos, inhumados como NN, que habían encontrado en fosas individuales. El caso es particular: aquel cementerio fue uno de los principales espacios utilizados por los represores para “desaparecer” los cuerpos de militantes asesinados: allí hay 18 fosas comunes, además de estas 11 individuales –el EAAF las encontró a principios de 1990–. Los registros del cementerio respondieron: esos 11 cadáveres habían sido enterrados el 21 de junio del ’76.
Por aquellos días, la familia de Bustos recién comenzaba la búsqueda. “Yo lo esperé y lo esperé, siempre. Con el regreso de la democracia ya se supo más de lo que había sucedido con los desaparecidos, pero seguimos. La acompañaba a mi vieja a las marchas, Familiares era nuestro segundo hogar”, recordó Emiliano. Nunca supieron nada más. Aún hoy no se sabe en qué centro clandestino estuvo secuestrado. A partir de la identificación de su cuerpo, algunas conjeturas lo ubican en Vesubio. Dos de los cuerpos que aparecieron en las fosas individuales –casi todos fueron identificados– pertenecen a Hugo Mittón y Héctor Fabiani, ambos vistos en ese infierno de Esteban Echeverría, en el sur del conurbano. Fabiani, además, dirigía el frente cultural del PRT donde militaba Miguel Angel, y fue secuestrado con Conti, que también permaneció detenido allí.
“Es una reconfiguración de mi presente, pero también de mi pasado”, confesó Emiliano acerca del cimbronazo de la identificación, que lo sacudió en varios niveles. Además de dónde y cuándo, el EAAF –a quienes se expresó “absolutamente agradecido”– le contó cómo: “El individuo bajo estudio recibió al menos dos impactos de proyectil de arma de fuego que afectaron cráneo”, transcribe la resolución de la Cámara Federal –firmada por los camaristas Martín Irurzun, Eduardo Farah, Horacio Cattani y Eduardo Freiler– emitida el 20 de marzo de 2014, desde el informe del EAAF. La de la Justicia fue la palabra última que selló el 99,9 por ciento de coincidencia entre las muestras aportadas por Emiliano y el hermano menor del poeta a la institución investigadora y los restos de uno de los cuerpos encontrados en el Cementerio de Avellaneda. “Mientras leía el informe volvía a oler el aroma de mi viejo –destaca Emiliano, aún con asombro–. Leí ‘pelo entrecano’ y viajé inmediatamente a los brazos de él, a su cuerpo.”
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