Por Gerardo Aranguren
El intercambio epistolar de dos militantes chilenos que llegaron al país en 1974 vieron la luz en el juicio por la apropiación de su hijo, Pablo Athanasiu Laschan, el nieto restituido 109. Protagonistas de una historia de resistencia.
La letra (la voz) de Frieda Laschan y Ángel Athanasiu quedó guardada durante casi 40 años en los placares de su familia. Sus cartas volvieron a ver la luz en el juicio por la apropiación de su hijo, Pablo Athanasiu Laschan, el nieto 109 restituido por Abuelas de Plaza de Mayo, para contar un momento de la historia de estos militantes chilenos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que llegaron en 1974 a Argentina huyendo de la persecución de la dictadura de Augusto Pinochet para caer, un año después, en las garras del Plan Cóndor junto con su bebé.
Durante su estadía en Argentina, Frieda y Ángel intercambiaron una constante correspondencia con su familia en Chile: les contaron sobre la soledad que sentían en Buenos Aires, su paso por San Martín de los Andes, su trabajo y preocupaciones. También por carta les anunciaron a sus familiares la noticia del embarazo y la alegría que sentían a pesar del desamparo.
Las cartas fueron aportadas a la justicia por las hermanas de Ángel, Haydée y María Elena Athanasiu, al declarar en el juicio por la apropiación. Pablo recuperó su identidad en 2013 y casi dos años después, antes de juicio oral, se quitó la vida. Sus apropiadores, Enrique López y Clementina Saunier, y el ex comisario Juan Dib, fueron condenados a fines del año pasado. Los textos fueron utilizados durante el alegato por el fiscal Pablo Parenti y María Inés Bedia, de la Unidad de Apropiaciones, para reconstruir el tiempo de la pareja en el país.
La primera de las cartas es de febrero de 1975. Allí, Frieda, desde Buenos Aires, le cuenta a su familia que están a punto de emprender viaje hacia la Patagonia para radicarse allí por el trabajo de Ángel.
“En Buenos Aires, octubre 74, en momentos en que no me encontraba muy bien, la suerte me hizo encontrarme con un señor el cual me ofreció trabajo en una pequeña industria de jarrones, macetas, jardineras y algunos materiales de construcción”, contó el joven militante en un carta posterior, al recordar su paso por Capital. Fue a comienzos de 1975 cuando su empleador le ofreció expandir el negocio hacia el interior del país y salieron juntos hacia el sur.
La siguiente comunicación fue un breve telegrama: “Con felicidad y amor les damos la hermosa noticia que mamá volverá a ser ‘abuelita’, y los demás tías, tíos. Será para noviembre, si todo va bien. He tenido problemas pero me estoy controlando. Todo fue sin querer, estamos felices y queremos compartirlo con los nuestros”, escribió la joven.
A pesar de las cuatro décadas que transcurrieron, las palabras de ambos todavía suenan con fuerza y emocionan. Cariñosamente, ella lo nombraba a él como ‘Conejo’, y él a ella como ‘Gringa’.
Al leerlos es muy fácil imaginarlos en esa pequeña hostería de la ciudad patagónica escribiendo juntos los textos que enviarían a las direcciones ya acordadas con sus padres o hermanos. Algunas las escribieron de a dos, él en imprenta mayúscula y ella en manuscrita. Como un juego, se interrumpían para saludar a sus padres, cada uno con su letra.
Semanas después del anuncio del embarazo, Ángel relata en su letra característica nuevos detalles: “Toda esta tranquilidad, aire puro y cierta comodidad nos hizo relajarnos, sobre todo a Gringa, que creyendo en malestares estomacales, dolores al hígado, fuimos al médico y nos alegró con la noticia del embarazo, lo cual desde luego, nos hace mantenernos más unidos y felices”, contó.
El peso del exilio y la distancia con la familia comienza a aparecer en los textos siguientes. “Estamos tristes con todo esto que pasó, miedo a lo que pasará y sin esperanzas de verlos”, resume Frieda y le señala a su cuñada que al leer una de sus cartas sintió “cómo la panza se encogía” por la angustia de no poder estar juntos. La pareja pensaba casarse en septiembre, “matrimonio y parto a un mismo tiempo, ¡qué tal!”, comentaban.
Con ternura, Frieda recordaba las primeras visitas al médico: “Les contaré algo hermoso, hace tres días el médico me examinó y me puso un aparatito en la panza que daba a otro aparato como radio, un instrumento muy moderno, no recuerdo el nombre y lo hermoso fue que oímos los latidos del corazón del bebé, el paso de mi sangre a su cuerpito, y el ruido de la placenta, fue hermoso sentir eso, oímos sus latidos tan nítidos, rápidos, la placenta va al ritmo de las palpitaciones, como se iba moviendo, el Dr. nos explicaba, ¡fue una cosa linda!”.
Después de unos meses en San Martín de los Andes, la pareja debió volver a Buenos Aires luego de que su correspondencia fuera interceptada por fuerzas de seguridad. “Chile fue una taza de leche con respecto a la situación Argentina”, comentaban.
En julio de 1975, Ángel le escribió a su hermana María Elena para contarle sobre la mudanza a Capital. “Nos encontramos en Buenos Aires, estamos bien, y sin necesidades a pesar del problema que se suscitó en San Martín, interferencia por parte de carabineros. De tu última carta (14.VI.75) la cual la recibimos 12 días después, abierta, pensamos que eso podría acarrear más problemas, por lo tanto decidimos trasladarnos nuevamente”, contó. Y agregó: “Estamos mucho más seguros y tranquilos esperando paciente y alegremente el nuevo miembro familiar”.
Esa fue la última noticia recibida por la familia. Otra carta, esta vez con la firma del Movimiento de Resistencia Popular (Chile), les informaría en mayo de 1976 sobre el secuestro de la pareja y su pequeño hijo. «
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