En los años ’50 del siglo pasado Juanita, Juana Perelstein Chechelniski, descendiente de inmigrantes de Europa del Este, de Ucrania la madre, de Rusia el padre, ya luchaba por las mujeres trabajadoras de Argentina, por sus derechos laborales, por sus derechos sociales y contra el patriarcado. Siguió esa lucha a lo largo de los años no solo en la Argentina, sino también en Madrid, cuando se vio obligada a emprender el camino del exilio a fines de los años ’70. Y seguía siendo feminista y revolucionaria a los 84 años, cuando murió, el pasado domingo 14 de agosto, en su casa, tranquila, sin darse cuenta, tras un corto paseo con su compañero de toda la vida, Daniel Gallego Pereyra, a causa de un fulminante infarto de miocardio.
El padre de Juanita, Víctor Perelstein, era miembro del otrora poderoso Partido Comunista argentino; su hermano, Jaime, obrero textil, militaba en la UOR (Unión Obrera Revolucionaria), una organización trotskista. Juanita se afilió al Partido Socialista, un partido que tuvo al primer diputado socialista en toda América Latina -Alfredo Palacios-, a principios del siglo XX, que tuvo otro diputado -Juan B.Justo- que fue el primer traductor al español de El Capital de Marx, y que contó entre sus principales cuadros con una mujer, Alicia Moreau de Justo, médica, diputada, una de las primeras grandes feministas y dirigentes socialistas de América. Ella creó en 1902 el Centro Socialista Feminista y la Unión Gremial Femenina, antes de recibirse de médica y antes también de afiliarse al Partido Socialista.
Eran otros partidos socialistas aquellos y la joven radical Juanita se volcó de lleno a la militancia política y social. Juanita realizó una importante actividad con las trabajadoras campesinas del tabaco en la provincia de Corrientes y con las campesinas de la Rioja, ambas provincias del Norte argentino.
En 1954 se pasó al PSRN (Partido Socialista de la Revolución Nacional), una escisión del Partido Socialista, y fue allí, en la militancia, donde conocería a Daniel, a quien sería su pareja de toda la vida.
Daniel militaba en una organización trotskista, el POR, que había decidido entrar como corriente interna en el PSRN. Meses después de conocerse decidieron irse a vivir juntos, y un año después nacía su único hijo, Carlos. La relación sentimental y militante de Daniel y Juanita no se separaría más desde entonces, desde aquel PSRN argentino hasta el actual Anticapitalistas en el Estado español.
Eran tiempos muy convulsos, empezaba la Guerra Fría, los golpes militares en América Latina, el golpe en Argentina que derrocó a Perón, y con él la represión no solo a los peronistas sino también a todas las fuerzas de izquierda, comunistas, anarquistas y trotskistas. Pocos años después, en 1962, Daniel caía detenido en Perú, a donde el partido al que ambos pertenecían entonces lo había enviado al frente de un comando militar para apoyar la actividad de la lucha campesina liderada por Hugo Blanco.
Daniel -al que la prensa peruana llamaba “El Che Pereyra”- y el grupo de compañeros argentinos y peruanos con los que se lo detuvo, fueron brutalmente torturados y confinados en las prisiones más duras de Perú.
Juanita se trasladó allí y se convirtió en miembro clave de la Comisión de Familiares para denunciar la tortura y las condiciones carcelarias que sufrían, y llegó a presentarse en 1964 en Buenos Aires en la vivienda del presidente Arturo Illia -la dictadura militar había terminado en 1963- para reclamarle que presionara al gobierno peruano por los derechos de los presos políticos.
Daniel fue liberado finalmente en 1967, un año después de que Illia fuera a su vez derrocado por un nuevo golpe militar -encabezado en esta ocasión por el general Onganía- que iniciaría un nuevo periodo dictatorial de siete años. Carlos, el hijo de Juanita y Daniel, ya tenía 12 años, había tenido escasas ocasiones de visitarlo en la cárcel durante esos casi seis años.
Ese año, 1967, moría en la selva boliviana el Che Guevara. Surgían organizaciones guerrilleras inspiradas en la Revolución Cubana en numerosos países de América Latina.
Al igual que antes de la caída de Daniel en Perú, a su vuelta la vida cotidiana en la clandestinidad suponía entre otras cosas cambiar de vivienda a menudo, tener los bolsos preparados con sus pocas pertenencias para poder huir con rapidez ante cualquier rastrillaje policial, lo cual alteraba totalmente la vida laboral y también la vida escolar de Carlos. Juanita, como muchos padres y madres militantes clandestinos de aquel y este lado del charco, siempre sintió culpa por la difícil infancia y adolescencia que tuvo que vivir su hijo.
En la militancia partidaria se habían producido también novedades durante la ausencia de Daniel. El partido al que él y Juanita pertenecían -Daniel era miembro de su dirección, como Nahuel Moreno y otros-, se había fusionado con otra organización originaria del norte del país, el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericanista Popular) fundado pocos años antes por Roberto Santucho, dando lugar al nacimiento del Partido Revolucionario de los Trabajadores, que decidió adherirse a la IV Internacional, Secretariado Unificado.
Las diferencias internas en el PRT no tardarían en aparecer y en 1968 una corriente liderada por Nahuel Moreno se escindió para formar el PRT-La Verdad, mientras que la mayoría pasó a llamarse PRT-El Combatiente. Entre ellos estaban Juanita y Daniel. Pero las escisiones no terminarían ahí. La resistencia a la dictadura iba en aumento; en 1969 tuvo lugar el Cordobazo, un levantamiento popular en la segunda ciudad en importancia de Argentina, en Córdoba, seguido luego por otro levantamiento similar en la ciudad de Rosario, protagonizados ambos fundamentalmente por obreros y estudiantes, que duraron varios días y fueron sofocados a sangre y fuego por el Ejército.
El debate sobre la lucha armada se desató en todas las organizaciones de izquierda. El ala izquierda del peronismo creó Montoneros. El PRT-El Combatiente, que ya había participado con dos comandos en el Rosariazo, decidió a su vez dotarse de un brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), y comenzó un intenso accionar militar. Pero no todos estaban de acuerdo en la caracterización de la etapa en que se encontraba Argentina en ese momento, en el nivel de conciencia real de la clase obrera, y en qué tipo de acciones armadas realizar.
Esas diferencias internas dieron lugar a nuevas escisiones, y una de ellas la lideró Daniel, Alonso en la vida militante.
Con un grupo de compañeros y compañeras Daniel y Juanita comenzaron así una nueva andadura, creando el GOR (Grupo Obrero Revolucionario), una nueva organización político-militar. Daniel, Alonso, era su principal dirigente.
El GOR nació bajo la dictadura de Onganía y poco después de que esta terminara en 1973 y volviera el peronismo al poder, tuvo que enfrentarse a otra situación represiva dura, como el resto de organizaciones, al accionar de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) creada por el Gobierno de Isabelita Martínez de Perón -residente en Barcelona actualmente- y tres años más tarde al golpe militar de Videla, donde recibió su golpe definitivo.
Las caídas de compañeros eran incesantes, la posibilidad de mantener el trabajo político cada vez más difícil, y la capacidad de su organización de mantener compañeros en la clandestinidad se convirtió en una pesada carga.
Juanita y Daniel decidieron en 1976 organizar la salida del país de su hijo, Carlos. En esas fechas saldría también Silvia, la que poco después sería su novia y que sigue siendo su compañera 40 años después, y madre de sus dos hijos Marina y Lucas. Los padres de Silvia fueron secuestrados y “desaparecidos”, asesinados.
Carlos y Silvia, con menos de veinte años, comenzaron su relación en Barcelona y vivieron un tiempo en París, alquilando una buhardilla, antes de venir a radicarse definitivamente a Madrid. En París los conocí, hace cuatro décadas, compartiendo exilio. Después la conocería también a Juanita, que hizo un corto viaje para verlos, pero volvería todavía a Argentina.
En 1978, tras la caída de varios compañeros del GOR, el Ejército tendió una emboscada en casa de los padres de Juanita para intentar capturarla a ella y a Daniel. Un comando del Ejército esperó allí durante dos días, golpeando brutalmente al padre de ella para intentar arrancarle su paradero. Juanita hizo precisamente en aquel momento una llamada de control a la casa de sus padres antes de ir a verlos y el padre, a pesar de estar apuntado por las armas de los militares que ocupaban su casa tuvo el coraje de gritarle rápidamente que huyera, que estaba el Ejército allí, teniendo que soportar por ello más represalias.
Tras dos años de cruenta dictadura militar, la situación se tornó insostenible y el GOR decidió que salieran del país. Por razones de seguridad -Juanita y Daniel eran clandestinos y utilizaban documentación falsa- salieron con dos días de diferencia, por Fox de Iguazú, frontera con Brasil. Juanita lo hizo con una peluca. Su amiga Susana Ferretti les cambió radicalmente su aspecto para dificultar su reconocimiento en los controles fronterizos.
Ellos, como muchos de nosotros, pasaron a engrosar la masa de exiliados de Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú; la Operación Cóndor estaba en pleno apogeo. Aquella internacional del terror que crearon las dictaduras del Cono Sur enviaban comandos y mataban en cualquier parte del mundo. También lo hicieron en Madrid.
Juanita comenzó pronto a trabajar en la CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos), con los abogados argentinos Gustavo Roca y Eduardo Duhalde, un organismo que acogía supervivientes del genocidio argentino, recogía sus testimonios, y ayudaba en trámites y gestiones, en coordinación con CEAR y ACNUR.
Posteriormente haría trabajos de transcripción de grupos de encuestas en su casa, mientras activaba en el Centro Argentino, uno de los organismos de la comunidad exiliada argentina, y militaba en la LCR (Liga Comunista Revolucionaria), organización hermana de la IV Internacional y en su frente feminista, con Lucía González, con Justa Montero y tantas otras compañeras.
Los compañeros y compañeras de la LCR de aquellos años los acogieron -nos acogieron-, con tal calidez, con tanta solidaridad, con tanto cariño, que hicieron que todo fuera más suave, que el dolor, el desgarro, se atenuaran, que la integración tanto política como social fuera totalmente natural, eran muchos los valores, los principios comunes.
Y esas relaciones de militancia y amistad se solidificaron más y más, con Moro, con Manolo, con Lucía y Jaime, con Chato, Justa, Martí y tantos otros y otras, que duró pasadas las décadas, hasta ahora.
Políticamente Juanita siguió los pasos del grupo fundacional de la Liga; la fusión con el MC -aunque ella como Daniel eran contrarios a la unificación y quedaron en minoría-; sería también una de las firmantes en 1992 de un manifiesto publicado en El Mundo titulado “Desde la izquierda alternativa y radical, por el voto a Izquierda Unida” ante las elecciones europeas de 1993, y abogó por la entrada tiempo después en IU como Espacio Alternativo, que fue reconocido como tendencia interna oficialmente a nivel federal, con representación en sus órganos de dirección.
En 2008 Espacio Alternativo rompería con IU, se transformaría en Izquierda Anticapitalista y sería años después cofundadora de Podemos, conformándose finalmente dentro de la formación morada bajo el nombre de Anticapitalistas a secas.
Juanita siguió viviendo hasta sus últimos días con entusiasmo y alegría cualquier avance de Anticapitalistas.
Si tanto Juanita como Daniel siendo octogenarios siguieron siendo militantes y pudieron mantener una relación personal tan fluida no solo con los veteranos provenientes de la LCR sino también con militantes mucho más jóvenes, como los Anticapitalistas de su barrio de Hortaleza, como Raquel o Txema y tantos y tantas otras, es porque no se quedaron anclados en el pasado contando viejas batallas -de ellas hablaron poco- sino que estuvieron siempre abiertos a todos los problemas y nuevos desafíos que se plantean hoy día a los y las jóvenes activistas de movimientos sociales y organizaciones revolucionarias.
Si le pidiéramos ahora a Juanita que hiciera un balance de su vida seguramente nos diría que “finalmente no salió tan mal, las cosas se enderezaron”. Y es que a pesar de que más de la primera mitad de su vida en Argentina fue difícil, dura, por momentos un verdadero infierno, los últimos 37 años -Juanita llegó al exilio con 47 años, muchos más que la media en aquel momento- le permitieron situaciones totalmente distintas.
Pudo reconstruir, aunque con dificultades, una actividad laboral; pudo vivir finalmente tranquila con Daniel sin sobresaltos en una misma vivienda durante las últimas tres décadas; tuvo la satisfacción de ver que también su hijo y su nuera lograban estabilidad y tranquilidad; pudo disfrutar de sus nietos Marina y Lucas, de los que se sentía tan orgullosa; siguió militando pero esta vez sin tener que hacerlo desde las catacumbas y a riesgo de su vida; y encontró esa otra familia, esa otra gran familia compuesta tanto por amigos y amigas del exilio, como de los nuevos compañeros y compañeras de militancia en el Estado español que la arroparon en todo momento, que la adoptaron a ella como a Daniel y a quienes ellos dos adoptaron a su vez.
Juanita se quejaba poco y se preocupaba mucho por los problemas de los demás. Vivió con mucho dolor la muerte de Lucía como la muerte de Moro y otros compañeros y compañeras más jóvenes a los que se sentía especialmente ligada, y ahora ha terminado siguiendo sus pasos.
Se fue tranquila, sin hacer ruido, sin molestar, tratando de provocarnos el menor dolor posible.
Pero aunque nos contengamos, el dolor es muy profundo, el vacío que dejas Juanita es enorme.
Fue un privilegio compartir contigo tantos momentos buenos y malos durante los últimos 40 años.
¡Hasta siempre Juanita!
Roberto Montoya es miembro del Consejo Asesor de Viento Sur
In memoriam | Estado español
No hay comentarios:
Publicar un comentario