Todo el dolor, Adriana, se escapa del cuerpo. Porque no es un cuerpo el que puede sostener tu ausencia. Son todos los cuerpos, los que están y los que no están. Los que nos fueron dejando, como vos, para quedarse sin embargo en nosotras, en nosotros.
Todos tus gritos, Adriana, no caben en este fin de año en el que se ocultan muertes con festivales. Los derechos humanos buscan su sitio en esta Argentina convulsionada.
En este paisito roto, lastimado, agujereado en cada injusticia, en cada impunidad.
Tal vez ahora se te rindan homenajes... tal vez...
Todos tus gritos, Adriana, no caben en este fin de año en el que se ocultan muertes con festivales. Los derechos humanos buscan su sitio en esta Argentina convulsionada.
En este paisito roto, lastimado, agujereado en cada injusticia, en cada impunidad.
Tal vez ahora se te rindan homenajes... tal vez...
Tu voz sonó fuerte en el juicio a las Juntas. Sonó fuerte una y otra vez denunciando a los represores. Sonó fuerte cada 24 de marzo, demandando no sólo contra los genocidas, sino contra los señores de la reconciliación, y luego contra quienes carnavalean y disimulan las injusticias del presente.
Tu voz dice con nosotras Memoria, Verdad y Justicia. Tu palabra es inclaudicable. Dice que Julio López aún nos falta, que nos falta Luciano Arruga, que nos faltan las respuestas exigidas una y otra vez al poder.
Tu voz dice con nosotras que no son monumentos los que queremos para que la Memoria sea fértil.
Ahora, Adriana, que volvés a ser semilla... te sembraremos una y otra vez en nuestros territorios de resistencia, para desalojar los campos de la hipocresía, de la indiferencia, de la complacencia con el poder...
Sembraremos también tu gesto, tu desafío, tu ejemplo.
Gracias compañera, porque nos demostraste que es posible no olvidar, no perdonar, no reconciliarse, y no negociar el dolor en la mesa del poder. Gracias por multiplicar 30000 sueños y darnos la posibilidad de encontrarnos en tu mirada limpia.
Claudia Korol
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