“Yo aprendí a luchar cuando la policía mató a Walter”, decía Mary cuando le preguntaban de dónde sacaba la fuerza.
Tenía 62 años cuando su nieto de 17 fue asesinado por la policía. A partir de entonces, su cara humilde y sufrida, detrás de esos anteojos que le sirvieron para conocer las atrocidades de un sistema aniquilador y desquiciado, se convirtió en el ícono de la lucha antirrepresiva. Hoy, a los 85, su cuerpo dijo basta.
Por 23 años, sin flaquear jamás, levantó la bandera de Walter y encabezó movilizaciones, escraches y marchas. Con su escaso metro cuarenta, se plantaba frente a las vallas, frente a las comisarías y los juzgados, y su estatura era inmensa cuando acusaba con su voz tan finita como firme. Ella sabía que a Walter lo mató la policía, y lo gritó por más de dos décadas.
Mary era una mujer del pueblo. Una trabajadora –trabajó en relación de dependencia hasta bien pasados los 70-, que comprendía muy bien por qué y para quién reprime la policía. Y se lo decía a los pibes que en cada marcha la saludaban con una sola palabra repetida: “...Abuela, abuela...”.
Siempre estuvo primera detrás de la bandera, y siempre lejos de los estrados y los despachos oficiales que respiran hipocresía. Confiaba sólo en la calle, en el barrio, en los pibes, en sus compañeros y compañeras de militancia.
Siempre se preocupó por agradecer. En cada marcha, agradecía en la calle, a los miles de pibes que no conocían a Walter pero venían. Agradecía por las zapatillas gastadas contra los adoquines, cuando la lógica ordenaba caminar con zapatos y por la vereda. Agradecía las gargantas saturadas de exigencias, cuando el silencio domesticaba las bocas. Agradecía por no dejar morir a su nieto. Y contaba a quien la quisiera escuchar que veía a Walter en cada pibe, y al comisario Espósito en cada policía.
Mary supo del dolor inmenso, de la indignación inacabable, de la desmesura del crimen que serpentea en las entrañas del estado. Supo que los criminales de uniforme son cobardes que especulan, que se arrastran por los pasillos como perros asustados, que se van a morir y sus huesos no servirán ni para abono.
Pero supo también de la voluntad inquebrantable, de la amorosa obstinación y la imprescindible perseverancia, de la prepotencia de la lucha organizada, de no aflojar, de seguir, de vivir en serio.
Mary Bulacio –María Ramona Armas de Bulacio, según su documento- supo de la dignidad y fue ejemplo de lucha para varias generaciones.
Hace muchos años que el cuerpo le aflojaba, pero se enojaba con nuestros cuidados (“No soy una vieja para ir en silla de ruedas, yo voy a caminar hasta Plaza de Mayo”, nos reprochó cuando quisimos evitarle la caminata). Y nos insistía: “Yo voy a seguir marchando hasta que condenen al comisario, o hasta que Tamarita pueda seguir sola”.
El año pasado, desde la cama, siguió la transmisión en vivo del juicio, y supo que había que seguir en la calle, marchando, organizándose. Tamara, hermana menor de Walter, ya ocupa su propio lugar en CORREPI. Mary puede descansar.
La gente se muere, es una verdad de perogrullo. Los que luchan, no se mueren.
Compañera Mary, abuela querida... ¡PRESENTE!
CORREPI (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional)
en el ENA - Encuentro Nacional Antirrepresivo
Por 23 años, sin flaquear jamás, levantó la bandera de Walter y encabezó movilizaciones, escraches y marchas. Con su escaso metro cuarenta, se plantaba frente a las vallas, frente a las comisarías y los juzgados, y su estatura era inmensa cuando acusaba con su voz tan finita como firme. Ella sabía que a Walter lo mató la policía, y lo gritó por más de dos décadas.
Mary era una mujer del pueblo. Una trabajadora –trabajó en relación de dependencia hasta bien pasados los 70-, que comprendía muy bien por qué y para quién reprime la policía. Y se lo decía a los pibes que en cada marcha la saludaban con una sola palabra repetida: “...Abuela, abuela...”.
Siempre estuvo primera detrás de la bandera, y siempre lejos de los estrados y los despachos oficiales que respiran hipocresía. Confiaba sólo en la calle, en el barrio, en los pibes, en sus compañeros y compañeras de militancia.
Siempre se preocupó por agradecer. En cada marcha, agradecía en la calle, a los miles de pibes que no conocían a Walter pero venían. Agradecía por las zapatillas gastadas contra los adoquines, cuando la lógica ordenaba caminar con zapatos y por la vereda. Agradecía las gargantas saturadas de exigencias, cuando el silencio domesticaba las bocas. Agradecía por no dejar morir a su nieto. Y contaba a quien la quisiera escuchar que veía a Walter en cada pibe, y al comisario Espósito en cada policía.
Mary supo del dolor inmenso, de la indignación inacabable, de la desmesura del crimen que serpentea en las entrañas del estado. Supo que los criminales de uniforme son cobardes que especulan, que se arrastran por los pasillos como perros asustados, que se van a morir y sus huesos no servirán ni para abono.
Pero supo también de la voluntad inquebrantable, de la amorosa obstinación y la imprescindible perseverancia, de la prepotencia de la lucha organizada, de no aflojar, de seguir, de vivir en serio.
Mary Bulacio –María Ramona Armas de Bulacio, según su documento- supo de la dignidad y fue ejemplo de lucha para varias generaciones.
Hace muchos años que el cuerpo le aflojaba, pero se enojaba con nuestros cuidados (“No soy una vieja para ir en silla de ruedas, yo voy a caminar hasta Plaza de Mayo”, nos reprochó cuando quisimos evitarle la caminata). Y nos insistía: “Yo voy a seguir marchando hasta que condenen al comisario, o hasta que Tamarita pueda seguir sola”.
El año pasado, desde la cama, siguió la transmisión en vivo del juicio, y supo que había que seguir en la calle, marchando, organizándose. Tamara, hermana menor de Walter, ya ocupa su propio lugar en CORREPI. Mary puede descansar.
La gente se muere, es una verdad de perogrullo. Los que luchan, no se mueren.
Compañera Mary, abuela querida... ¡PRESENTE!
CORREPI (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional)
en el ENA - Encuentro Nacional Antirrepresivo
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